Por Edel García
La utopía de los que tienen esperanza en los administradores públicos del gobierno es que hagan las cosas bien. La realidad de los que cuestionan como se hace política con el pueblo es que se apeguen a la ley. De todas maneras nos parece que sabemos cómo se deben hacer mejor las cosas cuando la verdad es que no tenemos una idea clara de la distancia entre teoría y práctica.
Los seres humanos son los que gobiernan sobre los otros seres humanos, pero algo es común en los políticos y que son una raza aparte. Al menos así lo ven a ellos y así se ven ellos mismos con sus actitudes, su manera de vida y sus caprichos en la toma de decisiones. Aún así, a pesar de que los que sufren son los ciudadanos por la imperfección de los dirigentes, cada quien les sigue creyendo.
Creer es una capacidad hermosa pero se pone casi eufórica cuando sale de la boca de los políticos. El pueblo les cree pero ellos siguen siendo los mismos. La mayoría de las cosas que dicen que cambiarán no son 100% reales sino solo una clarísima conveniencia. Los amigos del dinero qué les puede convenir sino la conjugación del verbo ganar. No hay un solo político honesto, así son la mayoría.
La honestidad es la transparencia en las acciones de modo que no se hagan pensando en qué les beneficiará sino por amor al altruismo. ¿Qué saben los políticos de simpatía o de empatía? Se lo aclararé de una buena vez para que los ubique sin miedo a equivocarse. Tenga en cuenta que la empatía es la capacidad para ponerse en el lugar del otro, sentir su situación y dolerse como si fuera a ti.
Con la empatía no se nace, se aprende. Es algo que deviene de la relación que uno experimenta con los demás en la vida cotidiana. La simpatía, en cambio, es una cierta convergencia con lo que le pueda suceder al otro pero en ningún modo uno se compromete. No hay un arranque en pro sino que hay una mirada de: ¡Ah sí, sé que es duro! pero se mantiene la cabeza fría y distante.
Los políticos son los simpáticos por excelencia. Cuando son empáticos es cuando sucede con su misma familia o con algo que los identifica con su experiencia personal, pero… pare allí. La relación que tienen los políticos con el pueblo es de ganar y beneficiarse a un costo muy pequeño de retribuciones beneficiosas para las personas trabajadoras.
No crea que es diferente el asunto porque el dirigente sonría o levante la mano. En ese último caso es peor porque aplica hipocresía y trabajo emocional. Cuando usan palabras sabedoras de impacto y atractivo público. Cuando usan colores en la ropa que evocan determinadas emociones o estados mentales. Cuando seleccionan zonas humildes en su región para limpiar su imagen.
Siga el rastro del pasado y verá quién es quién. No me preocupa que se considere que un político es bueno porque ganó, usted no sabe bajo qué condiciones lo hizo. Es una mar de locura lo que no está en el dominio público, aquellas situaciones alejadas de la vista humana y que entran en los secretos de cada quien. Siga pues las decisiones y las incongruencias de los políticos y verá que tengo razón.
Sin embargo, no soy pesimista o ultracrítico, en realidad no soy así. Solo le hago ver más allá y que pueda pensar y tomarse el tiempo para analizar lo que sucede. Jamás me ha gustado el
conformismo. No es ético pensar que no hay nada mejor, es casi una blasfemia. Y casi insólito aliarse en opinión a los viciados analistas que aconsejan.
Los dirigentes, ediles, regidores, delegados, presidentes y diputados no son el gobierno en sí. El gobierno es más grande que sus miembros y no se reduce a la cantidad de ellos. A veces se disfrazan de gobernabilidad para que la culpa recaiga sobre la institución pero son ellos mismos los que mueven los hilos. No son una clase aparte sino personas que son iguales de tentadas por lo que mejor les gusta: ganar dinero.
Con todo, nos representan y tenemos que velar porque lo hagan del modo adecuado. Pero no podemos de ningún modo hacerlo con la utopía azul de que son buenos líderes, eso no existe en esta sociedad. Un buen líder es empático…cuando halle un político empático busque las razones y hablamos…