Por: Leticia Arana
Más que en las palabras, la mayor de las elocuencias está en la pose o el bien establecido lenguaje no verbal. El debate de este pasado domingo entre los “presidenciables” expresó mucho más en la fotografía que en el dicho . La dureza y enojo mostrados por el abanderado priista, Enrique Peña Nieto, luego de las denostaciones lanzadas por Andrés Manuel López Obrador, al proferir : “ no crean en Peña Nieto, porque puede causar otra tragedia nacional como la que nos hizo Santa Anna al vender más de la mitad del territorio… no nos dejemos apantallar, él puede llevarnos al despeñadero …lo protegen los medios, en especial televisa… es protegido de un grupo poderoso que quiere controlar al país…” fueron más que evidentes. El candidato tricolor tiende a apretar los dientes en boca cerrada y se esmera inútilmente por exhibir una postura de autocontrol que lo defrauda casi de inmediato. En tanto el desparpajo del político tabasqueño reflejado en su risa medio acartonada, deja ver el coraje e impotencia que le causa digerir el impulso dado a la candidatura de Peña Nieto y la inocultable solvencia que trae a cuestas para conseguir el voto que presuntamente lo lleve a Los Pinos. Por su parte la señora, Josefina Vázquez Mota, tuvo que lidiar a viento y marea con tal de disimular el enfado en su mirada, cuando forzadamente decía a la moderadora, llegado su turno : “gracias Lupita…” como en un intento improvisado de honrar al protocolo frente al “petardo” de Peña Nieto, cuando reiteró la acusación sobre su ausencia en 90 por ciento de las sesiones en la Cámara de Diputados, donde coordinó a su bancada panista.
En candidato de PANAL, ofreció también un buen menú de gesticulaciones y ademanes ansiosos en su intento por hacer quedar mal a “ los que se pelean” y así emerger al menos en este debate, para el cual elevó su volumen en todos sus inicios, levantó muchas veces las cejas exageradamente, movió el micrófono para destacar que ahí había tres políticos y un ciudadano, o sea, él, así como trastabillar para mencionar delirantemente “ docena trágica, en lugar de decena trágica” un atentado, por cierto, a la historia y todo para opacar la certeza de estar entre quienes le llevan amplia ventaja; en fin un fracaso en la tarea de esconder el nerviosismo que lo invadía, con todo y haber expuesto con mayor libertad sus propuestas. Los cuatro ponentes se enfrascaron en un estilo que en lugar de enaltecerlos acabó por minimizarlos frente al escrutinio colectivo; ofrecieron un esquema que comunicó más de lo que ellos imaginaron. La escena pudo haberlos predispuesto, sin embargo quedó extremadamente claro su afán por congraciarse con la densa audiencia a nivel nacional, atenta a sus provocaciones y derrapes lingüísticos, tomando en cuenta que son los protagonistas del momento, los
personajes más vulnerables, portadores también de silencios que convierten en el mejor grito, aunque rotundamente lo nieguen.