Por Hugo Lynn Almada
Los doce años del panismo fueron sin duda alguna, un episodio de la historia moderna que irá adquiriendo relevancia conforme pase el tiempo y su herencia se analice por la cabeza fría del historiador, y el riguroso análisis del sociólogo.
Tratar de animar el estudio en este momento solo traería caprichosos juicios, alimentados más por la ideología política que por el resultado de la gestión de la derecha.
Los números irán decantándose en resultados: que sí los 60 ó 70 mil muertos, que si los millones de pobres, que si los miles de aspirantes a cursar una licenciatura que quedaron excluidos de las universidades por carecer de espacio para recibirlos.
La tendencia es que en el futuro estos números cambien a positivo: menos muertos a causa de la violencia de la delincuencia; disminución en el número de pobres conforme se consolide la economía y más jóvenes entrando a Universidades para que logren prepararse y enfrentar de esa manera con más y mejores armas su propio futuro.
Los panistas resultaron, a final de cuentas, eficientes en temas como estabilidad macro-económica y reforzamiento de reservas internacionales. Es muy cierto que ya no existe la hiper-inflación de los 70’s, 80’s y 90’s; la paridad peso dólar se ha mantenido relativamente estable y el País resistió relativamente bien la crisis mundial de mitad de sexenio. En contrasentido, el salario ha perdido valor adquisitivo, y la brecha entre ricos y pobres se ha ensanchado.
Lo que sin duda se convierte en la gran herencia del panismo es la eliminación del presidencialismo.
En toda la historia de México, vivimos hasta el año 2000 bajo el yugo de los emperadores. Primero fueron los Tlatoanis de la era precolombina. Luego vinieron los conquistadores españoles y con ellos el gobierno monárquico desde España. Posteriormente vino la guerra de Independencia. Los mexicanos hartos del yugo español se rebelaron contra el invasor y lograron finalmente destronarlo. Claro que la Independencia nos trajo a gratísimos personajes como Antonio López de Santa Anna y Porfirio Díaz.
Hartos de dictadura, los hermanos Serdán y otros caudillos de venerado recuerdo pelearon contra Díaz y su legado de violencia y represión. Hicieron la revolución mexicana. A su triunfo, el país entró en una dinámica convulsa, y los frutos de la revuelta fueron heredados a quienes se conglomeraron en el Partido Nacional Revolucionario, hermano primogénito del hoy Partido Revolucionario Institucional.
Así, los herederos de la revolución, se convirtieron en lo mismo contra lo que lucharon Zapata y Villa. De nuevo la dictadura, solo ahora la conocida como la dictadura perfecta. Vinieron entonces los años de la derecha. Poca brillantez en su actuación política; desatinados en su política social; de plano incompetentes en materia de relaciones internacionales.
Pero al menos, rompieron el presidencialismo. En México ya no hay Tlatoanis, Virreyes, Dictadores ni Presidentes Omnipotentes.
O al menos eso fue lo que dejaron. Hoy, el presidencialismo amenaza con volver por sus fueros, estará en manos de los ciudadanos, de la sociedad civil, pero también de los representantes en las cámaras quienes deberán de encargarse de no permitir que Peña Nieto reviva esa figura todopoderosa.