El estado de Chihuahua, uno de los más violentos de México, saca los libros a las calles y se suma así a una apuesta por recuperar los espacios públicos y reconstruir el tejido social a través de la lectura.
El proyecto, lanzado esta semana en Chihuahua, busca fortalecer las relaciones comunitarias mediante los “Paralibros”, auténticas bibliotecas instaladas en plazas públicas.
La idea nació de la ONG colombiana Fundalectura, que sembró de “Paralibros” una Bogotá que se recuperaba de la violencia, a fin de regenerar el espacio público y devolver al mismo a los ciudadanos.
Allí hay lecturas muy variadas, desde clásicos de la literatura universal hasta manuales de autoayuda, obras para impulsar a los pequeños emprendedores, poemarios y sobre todo libros dirigidos al público joven e infantil, clave en este proyecto implantado en 7 de los 32 estados de México.
La iniciativa fue lanzada en septiembre de 2011 con la pretensión de implantarla en todo México, dijeron hoy a Efe sus impulsores.
Ayer se inauguró un “Paralibro” en la Plaza Merino, a apenas cinco cuadras del lugar donde fue asesinada la activista Marisela Escobedo el 16 de diciembre de 2010, quien buscaba justicia por el asesinato de su hija Rubí Marisol, en 2008.
La directora general adjunta de Fomento a la Lectura del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Socorro Venegas, explicó a Efe que la clave del proyecto es la figura del “mediador de lectura”.
Son animadores comunitarios a quienes se les ofrece un curso de formación y se les encargan, a cambio de un modesto sueldo, estos “Paralibros”, que aspiran a convertirse en focos de dinamización cultural.
“(Los mediadores) son personas que están buscando sanarse y sanar su entorno. Vienen de la sociedad civil con historias muy fuertes, (…) gente con esperanza que ve a los libros como un vehículo (de cambio)”, señala Venegas.
Una de ellas es Isabel Batista, natural de Creel, una ciudad serrana escenario el 15 de marzo de 2010 de una acción criminal donde murieron ocho personas.
Madre de dos hijos, hace ocho años se convirtió en bibliotecaria de la ciudad, una zona donde la criminalidad ha impuesto su ley en varias ocasiones en los últimos años.
Hace 16 meses su vida cambió. En la carretera Creel-Cuahutémoc su hijo, Carlos Gibrán, de 22 años, desapareció sin dejar rastro, explica desconsolada.
Isabel tiene rabia y esperanza, quiere saber qué pasó, pero al mismo tiempo no puede exponerse. Otra hija de 16 años la espera en casa.
Quiere que las cosas cambien en México. Siente que ello pasa porque haya más trabajo y alternativas para los jóvenes, que sueñen otros mundos leyendo y busquen oportunidades que transformen una sociedad herida por otra mejor.
“Un libro te enseña a ver de forma diferente la vida, a saber que hay esperanza de otras posibilidades para las personas que leen”, y a tratar de que la imaginación de los lectores gire en torno “a algo positivo”, comenta a Efe.
Venegas lamenta que en varios lugares de México algunos de los voluntarios que manejaban las llamadas “Salas de lectura”, otro proyecto parecido a los “Paralibros”, hayan tenido que abandonar sus comunidades.
“Sé de un caso de una familia que se marchó del barrio de La Ladrillera, en Ciudad Juárez, a Durango, por la violencia. Ellos no cerraron, se llevaron los libros a su nuevo hogar”, señala.
En Chihuahua hay casi 300 de esas salas con lectores, reforzadas ahora con 11 “Paralibros” instalados en diferentes localidades.
“Es un proyecto que tendrá que salir adelante. Tendremos que implementar algunos otros diseños (…) Vale la pena la imaginación para ganarle terreno a la oscuridad”, dijo a Efe el director del Instituto Chihuahuense de Cultura (IChC), Fermín Gutiérrez, socio de Conaculta en esta iniciativa.
EFE