AP.-Un pescador que dice haber estado a la deriva en el mar durante más de un año finalmente regresó a su hogar en El Salvador, exhausto y callado.
José Salvador Alvarenga trató de hablar con una legión de periodistas que lo aguardaba en el aeropuerto, ávidos de conocer en detalle una odisea que muchos consideran un cuento chino: un hombre que atraviesa 10.500 kilómetros (6.500 millas) en el Océano Pacífico en un pequeño bote entre México y las Islas Marshall, sobreviviendo con pescado crudo, tortugas y sangre de aves.
Pero cuando tomó el micrófono en el aeropuerto de San Salvador el martes por la noche, Alvarenga se limitó a cubrirse el rostro con las manos y dio la impresión de que lloraba.
Con una camiseta azul oscura, pantalones de color caqui y zapatillas, el pescador de 37 años salió del aeropuerto en una silla de ruedas y fue trasladado en ambulancia al Hospital Nacional San Rafael, donde fue recibido por una hija que no lo recordaba y su madre que pensó que había muerto por no tener noticias sobre él desde hace años.
El doctor Yeerles Ramírez, director del hospital, dijo que el encuentro fue emotivo y que, según los exámenes médicos hasta ahora, “el pronóstico es muy positivo”.
Alvarenga quedará hospitalizado al menos durante dos días mientras descansa y es sometido a una serie de exámenes, incluso una prueba de sus funciones renales, dijo Ramírez a la prensa a la entrada del hospital.
Una serie de radiografías, tomografías computarizadas, exámenes ultrasónicos y otras pruebas no han hallado trastornos en Alvarenga, con la posible excepción de anemia.
“Tenemos los resultados de las primeras pruebas hematológicas y si sale con una anemia por la deficiencia de folatos, eso tiene tratamiento médico”, afirmó Ramírez.
“Las pruebas van con tendencia a normalidad, él tiene mucho apetito, incluso ya le dimos pan dulce, fue una indicación del especialista que ya podía comer un poquito, está comiendo un poquito de frijoles”, agregó.
Cuando lo bajaron de la ambulancia, Alvarenga intentó responder preguntas que le gritaron desde la multitud. “¿Cómo te sientes?”, le preguntaron. “Feliz de estar aquí”, respondió.
La odisea de Alvarenga causó sorpresa y dudas cuando apareció en el atolón de Ebon hace unas dos semanas, de complexión robusta y menos tostado de lo que parecería después de pasar más de un año a la intemperie. Pero al iniciar la travesía su cuerpo era mucho más voluminoso, y los médicos hallaron que estaba inflamado y dolorido y que padecía deshidratación.
El viaje de regreso a su país, después de una semana de descanso y tratamiento médico en Majuro, capital de las Islas Marshall, tuvo largas escalas en Honolulú y Los Angeles, donde los médicos lo revisaron para ver si podía seguir viaje.
Su padre, José Ricardo Orellana, de 65 años, propietario de un comercio y un molino harinero en la costa, dijo que su hijo se hizo a la mar desde los 14 años. “El mar era lo suyo”, dijo Orellana la semana pasada.
María Julia Alvarenga, de 59, afirmó que su hijo siempre ha sido muy fuerte y resistente.
Su hija Fátima, de 14 años, dijo que no recordaba haber visto jamás a su padre, que se fue de El Salvador a México para pescar cuando tenía poco más de un año.