Por Hugo Lynn Almada
La mañana de ayer me llegó como otras tantas cuando el sol despunta el alba. Las cortinas se tiñeron de color, y en mi cuarto las sombras comenzaron a desplazarse. Amodorrado y negándome al desperezamiento, logré reponerme del estupor inicial del día. El reloj marcaba las 7 de la mañana, y recordé que no trabajaba.
La almohada caliente y la cobija hecha jirones sobre y debajo de mi me invitaban a seguir disfrutando de mi descanso de media semana.
Y es que donde trabajo no hacen caso a esas fechas del calendario acordadas por los diputados para hacer los fines de semana largos. Ahí se descansa el día obligatorio como lo marca la costumbre, no como lo indica el acuerdo parlamentario.
Pero en mi cama de cualquier manera no importan los días feriados. Mi intención es seguir arrellanado, pero mi humanidad se cansa del estado horizontal. El cerebro quiere más descanso, el cuerpo exige ponerse de pie, que para eso tiene reloj biológico que le marca sus horas. Estúpida discusión de mi yo y mi súper yo.
Una hora duró la lucha, y como siempre, en ese estado de tranquilidad, las ideas asaltaron la mente. Y recordé que era 20 de noviembre, y que hacía poco más de un siglo que los revolucionarios habían decidido dar un giro de tuerca y cambiar al País por medio de las armas.
Y recordé como se hicieron gobierno y como, con el paso del tiempo, hicieron la alquimia y lograron institucionalizar la revolución.
Sí, pensé ahí echado en la cama, los revolucionarios lograron traer progreso y esperanza. Pero también terminaron por engolosinarse y se convirtieron en los mismo que combatieron. O peor.
El rostro de Zapata y Villa se retorció en el tiempo. Su semblante y pensamiento se transformó en otras personas y en nuevos rostros. Llegaron sus herederos, con apellidos discordantes y hoy de triste recuerdo. Llegaron los Ordaz, los López Portillo, los De la Madrid, los Salinas y los Zedillo… y el impass de los herederos se convirtió en la presencia de los conservadores, quienes ahí arriba no pudieron o no quisieron enderezar la nave. Y entonces el renacimiento de los de apellido abigarrado y nefasto. Y llegó Peña Nieto, con su caterva del mal arrastrando como cauda maldita.
Llegó Peña Nieto… pensé acostado. Y hoy es 20 de noviembre y solo faltan 10 días para que el PRI reasuma la conducción de la Nación.
Me levanté dando un brinco y con el pulso acelerado y la sola idea del retorno de los “revolucionarios” me despertó y me quitó el sueño. Solo estamos a diez días… pensé. Diez días, y contando…