Los habitantes del barrio de la Roseraie, en el que se encuentra la escuela judía donde se perpetró una matanza el lunes, seguían conmocionados este martes, temerosos de que el asesino en serie, que atacó tres veces en ocho días, vuelva a matar.
“Fue el apocalipsis”, describió un padre de familia, Gil Bensoussan, que fue a dejar a su hija en el colegio Ozar Hatorah de Toulouse el lunes por la mañana inmediatamente antes del drama. “La gente gritaba, corría por todos lados” y “ahora hay un loco suelto en la ciudad”.
Philippe Murgia vive a 100 metros de distancia del colegio, en el que el asesino mató a cuatro personas, entre ellas tres niños de 4, 5 y 7 años.
“Tengo amigos de infancia cuyos hijos se encontraban en el patio” del colegio cuando el asesino disparó. “Cuando se ve a una niña que se ha visto crecer salir llorando con su mamá, es algo irreal”, dice.
“Me fui cinco minutos antes”, cuanta este empresario. “Pero mi empleado, que pasó a buscar unas cosas, lo vio todo. Me llamó diciéndome ‘disparan por todos lados, yo me voy'”. El asalariado, que se encuentra junto a su patrón, asiente, pero se niega a contar lo que vio. “Está demasiado traumatizado”, afirma Murgia.
Una mujer que vive enfrente del colegio cuenta: “Oí como un neumático que estalla, no era un ruido muy fuerte. “Salí y vi los niños ensangrentados ¡Dios mío!”, murmura.
El velatorio de los cuatro cuerpos, iniciado el lunes por la tarde, continuaba este martes por la mañana. La cuarta víctima, la niña de 7 años, es la hija del director de la escuela.
Al establecimiento, en el que se encuentra también una sinagoga, acudían los fieles para el oficio diario de la mañana.
Durante el velatorio, “los hombres recitaban salmos, las mujeres rezaban”. “No se deja nunca un cuerpo solo, se los acompaña siempre hasta el fin para que descansen en paz”, cuenta una mujer que sale del velatorio. “Hay muchísima gente porque nuestra comunidad está muy unida, en los momentos de pena como en los de alegría. El director de la escuela es el padre espiritual de todos nuestros hijos”, agrega.
El acceso al colegio, ante el cual fueron depositadas flores blancas en signo de solidaridad con las familias de las víctimas, está prohibido al público. Sólo los miembros de la comunidad judía eran autorizados a pasar el cordón rojo que cierra la calle a ambos lados del edificio.
En el resto de la ciudad, los padres acompañaban a sus hijos a las escuelas esforzándose por superar su miedo y confiar en la vigilancia de los profesores y del dispositivo de seguridad excepcional desplegado.
“Todos tenemos miedo”, dice Jennifer Gruman delante de un colegio de preescolares al que asiste su hijo, situado a un kilómetro aproximadamente del lugar de la matanza.
“Estamos estresados. Ahora prestamos mucha atención a las motonetas y las motos”, señala el padre de otro alumno, Dimitri Bernard.
“El tipo que hizo eso es un racista. Yo soy madre de niños mestizos, que ahora se han convertido en blanco”, dice alarmada Hennifer Gruman. “Tengo una amiga que decidió guardar a sus hijos en la casa. Creo que hay bastantes que han hecho lo mismo”, agrega.
AFP